Es de sobras conocido que el discurso de las navegaciones, inserto en la primera Soledad gongorina, censura la política expansionista de la Monarquía Hispánica, tildándola de codiciosa e innecesaria. Cordobés enamorado de su ciudad natal, Góngora no debió de ser un gran viajero, y es difícil imaginarlo embarcándose a las Indias como había hecho su contemporáneo Bernardo de Balbuena.
Góngora no atravesó físicamente el Atlántico, pero sus obras sí lo hicieron. Los habitantes de las colonias españolas en América leyeron las Soledades y el Polifemo casi al mismo tiempo que los peninsulares. La literatura hispanoamericana se impregnó de gongorismo en el s. XVII, y esta influencia no la abandonó en el transcurso de los siglos. Es más, sigue siendo patente hoy.
Cuento todo esto porque hace un par de semanas, del 14 al 18 de octubre de 2019, participé en un congreso que versaba, precisamente, sobre ese Góngora transatlántico. Titulado La recepción de Góngora en la literatura hispanoamericana, el congreso tuvo lugar en el corazón geográfico del gongorismo –la ciudad de Córdoba– y se organizó desde Cátedra Góngora, dirigida por Joaquín Roses.
En su discurso inaugural, Roses hizo varias alusiones a otras jornadas que había organizado ocho años atrás, y que contaron con la presencia de grandes especialistas internacionales de la obra gongorina, y de un número elevado de asistentes. El del pasado mes de octubre fue un encuentro más íntimo, quizás, pero que dejaba una impresión de familiaridad, de amistad, que por mi parte no había presenciado en otros congresos.
El clima amistoso propició que el encuentro, más allá de una serie de conferencias sueltas, se convirtiera en un verdadero espacio de diálogo. Hubo mesas redondas en donde los conferenciantes –y el público– debatieron acerca de dos temas-eje del encuentro: «El gongorismo en la época colonial» y «Gongorismo y Vanguardias». Entre las ponencias en solitario, podría destacar la de Marta Lilia Tenorio, del Colegio de México, quien habló de «Góngora y Sor Juana, una vez más», centrándose en la métrica de las Soledades y el Primero Sueño, y en las diferencias en el uso de la silva, llenas de sentido. Vicente Cervera, por su parte, habló sobre «Góngora en el Borges de senectud», comentando delicadamente aquel poema de Los conjurados que se titula, precisamente, «Góngora», y en el que un Borges muy mayor, ciego ya, declara su amor por la poética gongorina.
Reproduzco el poema porque es imposible no rendirse a su hermosura, y dejo que las palabras de Borges den conclusión a este breve artículo, testimonio de mi gratitud hacia los organizadores del bello encuentro al que asistí en la ciudad de Córdoba en octubre de 2019, y que recordaré siempre porque me metió en el corazón no solo a Góngora, sino también a las «comunes cosas» que son la esencia misma de la vida.
Marte, la guerra. Febo, el sol. Neptuno,
el mar que ya no pueden ver mis ojos
porque lo borra el dios. Tales despojos
han desterrado a Dios, que es Tres y es Uno,
de mi despierto corazón. El hado
me impone esta curiosa idolatría.
Cercado estoy por la mitología.
Nada puedo. Virgilio me ha hechizado.
Virgilio y el latín. Hice que cada
estrofa fuera un arduo laberinto
de entretejidas voces, un recinto
vedado al vulgo, que es apenas, nada.
Veo en el tiempo que huye una saeta
rígida y un cristal en la corriente
y perlas en la lágrima doliente.
Tal es mi extraño oficio de poeta.
¿Qué me importan las befas o el renombre?
Troqué en oro el cabello, que está vivo.
¿Quién me dirá si en el secreto archivo
de Dios están las letras de mi nombre?
Quiero volver a las comunes cosas:
el agua, el pan, un cántaro, unas rosas…